Las últimas dos veces que estuve en Madrid fue por solo 24 horas, cansada y como última parada de algún otro viaje, o triste porque Madrid significaba el fin de algo. Así que entre la falta de tiempo y la sobra de cansancio no pensaba andar corriendo de un lado a otro intentando abarcar cosas que jamás iba a abarcar, o ver cosas nuevas que no iba a llegar a disfrutar. No iba a pretender ver el Museo del Prado, el Reina Sofía, el Parque del Retiro, el estadio Santiago Bernabeu y el Primark más grande del mundo en 24 horas, casi que ni eligiendo una sola de esas cosas hubiese podido terminar de verla en 24 horas. Y entonces en mis últimas dos visitas me dediqué a comer, a tomar, y a dar la vuelta del perro por mis lugares favoritos sin siquiera tomar transporte público. Si Madrid es uno de los cuatro lugares en los que me siento en casa (los otros son Londres, Barcelona y la República de Boedo), iba a pasar el día haciendo lo que hago cuando estoy en casa; larveando. Este es mi recorrido ideal para pasar 24 horas comiendo y tomando en Madrid.
12:00 hs
A mí me gusta empezar el día almorzando en uno de los lugares más congestionados y ruidosos de Madrid, con su piso lleno de migas y servilletas arrugadas y la barra atestada de gente gritando su pedido y tomando cerveza antes de las 12 del mediodía. A pesar de no comer carne, en el Museo del Jamón puedo pedirme un sánguche de tortilla, una caña clara (mitad cerveza y mitad gaseosa de limón) y ser feliz. Pueden aprenderse muchas cosas de la idiosincracia madrileña con solo quedarse ahí en la barra un rato mirando y escuchando a los habitués. Hay muchas sucursales, pero mi favorita es la que está a metros de la Puerta del Sol. Más Madrid imposible.
Y de ahí, directo a vagar un rato por el centro; la Puerta del Sol con todos sus personajes de Disney truchos, la Calle de Preciados con sus negocios, la Gran Vía y el déjà vu de Diagonal Norte, la Calle Mayor, la Plaza Mayor, uno de los lugares en lo que más en España me siento, y seguir caminando para terminar perdiendo un buen rato sentada en las escalinatas frente al palacio real. Porque a pesar de que la idea de la monarquía me parece ridícula, soy muy fan de su historia y de sus chismes, tal vez justamente por lo inverosímil que me resulta todo. Y si hay un palacio cerca donde viven reyes “de verdad”, lo voy a ir a ver.
19:00 hs
Mi canción favorita sobre Madrid es una de Andy Chango donde enumera las bebidas alcohólicas típicas de la ciudad (“Vermut de grifo, sol y sombra, carajillos, cañas claras, cubatas, Riberas del Duero”). Así que creo que desde antes de conocerla ya la asociaba con andar siempre con una copita en la mano. Y cuando probé el vermut del grifo, fue un camino de ida, una de las cosas que más disfruto (y que más hago) cuando estoy acá, y que más extraño cuando estoy en Buenos Aires y tengo que andar explicándole a los barmans cómo armarme algo lo más parecido posible. Y un lugar donde me gusta ir a sostener mi vaso de vermut y perder otro rato considerable de tiempo mientras me como mi tapa de olivas de cortesía, es en La Hora del Vermut, uno de los puestos del Mercado de San Miguel, otro de estos lugares atestados y ruidosos, como todo en Madrid.
21:00 hs
Y si pasada la hora del vermut todavía hay ganas de seguir comiendo pero ya no hay presupuesto, derechito a El Tigre, un bar híper generoso con sus tapas, en el que si comprás dos cervezas (hasta hace un par de años la cerveza estaba €2,50) te regalan un plato (un plato, no un platito o una cazuelita) lleno de cosas para picar. A veces hasta paella. Mucha gente, servilletas en el piso y hospitalidad, Madrid, bah. La última vez que fui me olvidé mi mochila con la cámara y todos mis documentos adentro. Miren si no me habré divertido.
23:00 hs
Acá a esta hora el día recién empieza y la Puerta del Sol se llena de gente haciendo nada pero que todavía no quiere volver a su casa. Y es a esta hora que a mí me gusta dar una vuelta por Chueca y Malasaña (me encanta ese nombre), dos barrios llenos de bares y boliches, y quedarme hasta que el sueño me lo permita en el lugar que solía ser el epicentro de la movida madrileña de los 80, y que era frecuentado por Almodóvar y su séquito; La Vía Láctea.
No habré estado acá en los 80, pero me atrevo a decir que no cambió mucho. Mezcla de bar y boliche, con mesa de pool y pósters de recitales de antaño, esta cápsula en el tiempo te pasa rock de los 2000 mientras te hace sentir que te peinaste con jopo y llevás puestos unos pantalones nevados.
8:00 hs
Y acá, el que esté de bajón se puede ir directo, y el que prefiera madrugar puede ir a desayunar, porque la Chocolatería San Ginés está abierta las 24 hs, todos los días (amo los lugares así), y hace los mejores churros y porras que probé (las porras son como unos churros monstruosamente grandes y más grasientos, otro camino de ida). El truco está en ir a más tardar a las 9 de la mañana, porque durante el resto del día se llena de turistas y hasta hay cola para entrar. A la hora de los trasnochados y los madrugadores puede llegar a no haber nadie, o como mucho algunos habitués desayunando. Para mí, no hay mañanas madrileñas ni despedidas melancólicas sin el chocolate con churros de San Ginés.
Y estoy totalmente convencida; si hay que matar tiempo comiendo algo, mejor que sea en Madrid.
2 Comments
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Andre
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