Me cansé de escuchar que Barcelona es una fiesta, que todos los días hay joda, que la playa, que el Barça y que Gaudí. Me cansé de escuchar hablar de su buen clima, sus precios bajos y de lo fácil que se consiguen los alfajores y el mate. Esa no es Barcelona para mí. Puede ser la Barcelona de Buzzfeed, la de los turistas haciendo el 15 días 13 noches, la de los adolescentes ingleses, la de los contingentes chinos, la de los argentinos langas, la del cliché en el que se convirtió, pero no la mía. Para mí Barcelona es caminar por el barrio Gótico de noche un día de semana, cuando ya no queda casi nadie y el medioevo sale a lucirse. Es atravesar la ciudad a pie sin terminar cansada ni abrumada. Es el olor a cloaca. Son las incontables fiestas y celebraciones barriales, y los vecinos a la tarde decorando las calles, como si esta no fuera una gran ciudad, y como si este no fuera el siglo 21. Son los petardos que odio en los feriados locales, los mercados callejeros, festejar año nuevo en Plaza España, con el show de fuegos artificiales, la música berreta de tienda de ropa y las 12 uvas. Son los desfiles de muñecos gigantes, las calles llenas de flores y libros en el día de Sant Jordi, y que hasta exista un día para asar castañas. Es andar en bici, skate o monopatín por cualquier lado, esquivando a los peatones con torpeza quirúrgica, y es el invierno que recién empieza terminando la tarde, ya de noche, en una churrería llena de gente sobre una callejuela torcida del centro.
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